dimecres, 3 de novembre del 2010

Necesidad de crítica_Antoni Tàpies


El hombre perfecto no tiene método. Mejor dicho, ha de tener el mejor de los métodos, que consiste en el método del no-método.
 Hih-T’ao
Es cierto que para percibir los efectos de toda obra de arte siempre ha de existir una previa educación de nuestra sensibilidad, unos ciertos conocimientos históricos y una cierta información del panorama de las producciones artísticas de nuestros contemporáneos. Hemos de poseer lo que ahora se llama un “código” previo. Pero eso no quiere decir que siempre tengamos que presentarnos delante de cada obra de arte con la cinta métrica de los razonamientos intelectuales. Hay una especie de juicio crítico intuitivo hecho con espontaneidad y rapidez que nace de lo que tradicionalmente en estética se ha llamado gusto, por el cual sentimos que determinadas obras nos estimulan, nos vivifican, nos llevan a reflexiones, nos guían –en ocasiones por complicadas asociaciones de ideas- a puntos de vista nunca antes imaginados, a opiniones más claras sobre nuestra existencia y nuestra vida, que nos mueven incluso a practicar ciertas acciones…, y todo ello sin necesidad de razonar mucho sobre lo que hay o qué es lo que en estas obras nos lo provoca. La crítica razonada intelectualmente es, por descontado, un complemento importante para esta espontaneidad. Sobre todo es una buena defensa para detectar el arte falso, la falsa cultura que tantas veces se presenta bajo una cobertura aparentemente progresista. Pero este tipo de crítica no es siempre imprescindible. Y todo el mundo se tendría que esforzar en cultivar sencillamente su gusto sin creer que se basa en esfuerzos intelectuales o eruditos inalcanzables.
Un hombre de gusto, un hombres que tiene criterio, lo que creemos que tendría que ser un hombre normal, es un hombre que con espontaneidad sabe amar y detestar lo que es preciso, que sabe tomar partido no fiándose nunca ni tan siquiera de los que creemos que saben de ello más que nosotros. Si no algo más, éste es un ideal –también es una de las bases de la investigación científica- al cual todos hemos de aspirar si nos queremos librar de los entontecimientos sin norte que son presa tan fácil de los tan abundantes desorientadores interesados.
[...]
Rafael en Florencia imitó al Perugino y a Leonardo. En Roma imitó a Miguel Angel. El desdén que en diversas ocasiones manifestó Miguel Angel por Rafael, como tan buen comprendió Vasari, acabó poniendo de manifiesto eso tan esencial que la crítica moderna no ha tenido más remedio que reconocer: la importancia definitiva que tiene la personalidad original y que convierte a un autor en un valor real para la sociedad. La imitación, por encubierta que esté con colores amables, acaba delatando la inautenticidad de un temperamento.
Hoy se ve muy claro que Rafael, a pesar de que se llegó a calificarlo de “divino”, pierde por completo cuando se le compara con la profundidad universal, que abrió tantas puertas, de Leonardo, o al a misma fuerza “terrible” del Buonarroti. Y, en este caso, no olvidemos que se trata todavía de un pintor llamémosle “importante”. Imaginemos lo que pensará la historia de todas las pequeñas monas de imitación de nuestros tiempos, en todos los campos: de la pintura a la canción, de la poesía al cine o al arte conceptual…, que ahora vemos tan frecuentemente exaltados por los intereses de turno.

2 comentaris:

  1. Me recuerda mucho a las criticas de Jordi: si nuestro proyecto se parece a algo que hemos visto, es que está mal!

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