Este siglo ha sido una batalla perdida en cuanto a la cuestión de la cantidad.
A pesar de su promesa inicial, su frecuente valentía, el urbanismo ha sido incapaz de inventar e implementar a la escala demandada por una demografía apocalíptica. En 20 años, Lagos ha crecido de 2 a 7 a 12 a 15 millones, Estambul se ha duplicado de 6 a 12. China se prepara para multiplicaciones aún más asombrosas.
¿Cómo explicar la paradoja de que el urbanismo, como profesión, ha desaparecido justo en el momento en que la urbanización en todas partes está -tras décadas de constante aceleración- en camino de establecer un "triunfo" definitivo y global sobre la condición humana?
La promesa alquimista del modernismo -transformar cantidad en calidad a través de la abstracción y la repetición- ha sido un fracaso, un engaño: magia que no funcionó. Sus ideas, estética y estrategias están liquidadas. Juntos, todos los intentos de crear un nuevo principio sólo han desacreditado la idea de un nuevo principio. Una vergüenza colectiva en el velorio de este fiasco ha dejado un cráter gigantesco en lo que entendemos como modernidad y modernización.
Lo que vuelve desconcertante y (para los arquitectos) humillante esta experiencia es la desafiante persistencia y el aparente vigor de la ciudad, a pesar del fracaso colectivo de todas las agencias que actúan sobre ella o tratan de influenciarla -creativa, logística, políticamente.
Los profesionales de la ciudad son como jugadores de ajedrez que pierden contra computadoras. Un piloto automático perverso constantemente burla todos los intentos de capturar la ciudad, agota toda ambición por definirla, ridiculiza las afirmaciones más apasionadas de su fracaso presente y su imposibilidad futura, [y] la conduce implacablemente en su vuelo hacia adelante. Cada desastre vaticinado es de algún modo absorbido bajo el manto infinito de lo urbano.
Aún mientras la apoteosis de la urbanización es deslumbrantemente obvia y matemáticamente inevitable, una cadena de acciones y posiciones de retaguardia y escapistas pospone el momento final del ajuste de cuentas para las dos profesiones antiguamente más implicadas en hacer ciudades: la arquitectura y el urbanismo. La invasiva [pervasive: impregnante, penetrante] urbanización ha modificado la misma condición urbana más allá de todo reconocimiento. "La" ciudad ya no existe más. Como el concepto de ciudad se distorsiona y estira más allá de todo precedente, cada insistencia sobre su condición primordial -en términos de imágenes, reglas, fabricación- conduce irrevocablemente a la irrelevancia vía la nostalgia.
Para los urbanistas, el tardío redescubrimiento de las virtudes de la ciudad clásica justo en el momento de su definitiva imposibilidad puede haber sido el punto de no retorno, el fatal momento de la desconexión, de la descalificación. Ahora son especialistas en dolores fantasmas: doctores discutiendo las complicaciones médicas de un miembro amputado.
La transición desde una posición previa de poder a una estación menor de humildad relativa es difícil de lograr. El descontento con la ciudad contemporánea no ha llevado al desarrollo de una alternativa creíble; por lo contrario, sólo ha inspirado maneras más refinadas de articular el descontento. Una profesión persiste en sus fantasías, su ideología, su pretensión, sus ilusiones de intervención y control. Y, por eso mismo, es incapaz de concebir nuevas modestias [modesties], intervenciones parciales, realineamientos estratégicos, posturas comprometidas que puedan influenciar, redirigir, tener éxito en términos limitados, reagrupar, incluso empezar desde cero, aunque nunca reestablezcan el control.
Porque la generación de Mayo del 68 -la más grande generación hasta hoy, atrapada en el "narcisismo colectivo de una burbuja demográfica"- está finalmente en el poder, es tentador pensar que es la responsable de la defunción del urbanismo -el estado de las cosas en el que las ciudades ya no pueden ser hechas- paradójicamente porque [esta generación] redescubrió y reinventó la ciudad.
Sous la pavé, la plage (bajo el pavimento, la playa): inicialmente, el Mayo del 68 lanzó la idea de un nuevo comienzo para la ciudad. Desde entonces, hemos estado enganchados en dos operaciones paralelas: documentar nuestro abrumador temor por la ciudad existente, desarrollando filosofías, proyectos, prototipos para una ciudad preservada y reconstruida, y, al mismo tiempo, riéndonos del campo profesional del urbanismo hasta sacarlo de existencia, desmantelándolo en nuestro desdén hacia aquellos que planificaron (y cometieron grandes errores en el planeamiento) de ciudades satélites, carreteras, edificios de altura, infraestructuras y todos los otros restos de la modernización. Tras sabotear el urbanismo, lo hemos ridiculizado hasta el punto que departamentos universitarios enteros han cerrado, estudios han quebrado, burocracias han sido despedidas o privatizadas.
Nuestra "sofisticación" esconde grandes síntomas de cobardía centrados en la simple cuestión de la toma de posiciones - tal vez la acción más básica en el hacer ciudad. Somos simultáneamente dogmáticos y evasivos. Nuestra sabiduría amalgamada puede ser fácilmente caricaturizada: según Derrida no podemos ser Totales [Whole], según Baudrillard no podemos ser Reales, según Virilio no podemos estar Allí.
"Exiliado al mundo virtual": la trama para una película de terror. Nuestra relación actual con la "crisis" de la ciudad es profundamente ambigua: todavía culpamos a otros por una situación de la que son responsables tanto nuestro incurable utopismo como nuestro desprecio. A través de nuestra relación hipócrita con el poder -despectiva, pero codiciosa- hemos desmantelado una disciplina completa, desconectándonos a nosotros mismos de lo operacional, y condenando poblaciones enteras a la imposibilidad de codificar civilizaciones en su territorio -el tema del urbanismo.
Ahora nos queda un mundo sin urbanismo, sólo arquitectura, incluso más arquitectura. La pulcritud de la arquitectura es su seducción; ella define, excluye, limita, separa del "resto" -pero también consuma. Explota y agota las potencialidades que finalmente sólo pueden ser generadas por el urbanismo, y que sólo la imaginación específica del urbanismo puede inventar y renovar.
La muerte del urbanismo -nuestro refugio en la seguridad parásita de la arquitectura- crea un desastre inminente: más y más substancia es injertada en raíces que se mueren de hambre. En nuestros momentos más permisivos, nos hemos rendido ante la estética del caos - "nuestro" caos. Pero en el sentido técnico, caos es lo que sucede cuando nada sucede, no es algo que pueda ser armado [engineered] o apropiado sistemáticamente; es algo que se infiltra; no se puede fabricar. La única relación legítima que los arquitectos pueden tener con el tema del caos es tomar su merecido lugar en el ejército de aquellos empeñados en resistírsele, y fracasar.
Si va a existir un "nuevo urbanismo" no estará basado en las fantasías gemelas del orden y la omnipotencia; será la puesta en escena de la incertidumbre. Ya no se involucrará en la disposición [arrangement] de objetos más o menos permanentes, si no en la irrigación de territorios con potencial; ya no buscará configuraciones estables sino más bien la creación de campos posibilitantes que acomoden procesos reacios a cristalizar una forma definitiva; ya no trabajará sobre la definición meticulosa, la imposición de límites, sino sobre la expansión de nociones, la denegación de límites. Ya no tratará de separar e identificar entidades, si no del descubrimiento de híbridos innombrables; ya no estará mas obsesionada con la ciudad si no con la manipulación de la infraestructura para [provocar] intensificaciones y diversificaciones, atajos y redistribuciones sin fin - la reinvención del espacio psicológico. Ya que lo urbano es ahora invasivo [pervasive], el urbanismo no será nunca más sobre lo nuevo, sólo sobre lo "más" y lo "modificado". No será sobre lo civilizado, si no sobre lo subdesarrollado.
Ya que está fuera de control, lo urbano está a punto de convertirse en un vector mayor de la imaginación. Redefinido, el urbanismo no será sólo, o mayormente, una profesión , si no una forma de pensar, una ideología: aceptar lo que existe. Estábamos construyendo castillos de arena. Ahora nadamos en el mar que se los llevó.
Para sobrevivir, el urbanismo tendrá que imaginar una nueva novedad [new newness]. Liberado de sus deberes atávicos, redefinido el urbanismo como una forma de operar sobre lo inevitable, atacará a la arquitectura, invadirá sus trincheras, la sacará de sus bastiones, debilitará sus certezas, explotará sus límites, ridiculizará sus preocupaciones por la materia y la substancia, destruirá sus tradiciones, echará con humo a sus practicantes.
El aparente fracaso de lo urbano ofrece una excepcional oportunidad, un pretexto para la frivolidad nietzcheana. Debemos imaginar otros 1001 conceptos de ciudad, debemos tomar riesgos insanos, debemos animarnos a ser absolutamente acríticos, debemos tragar profundamente y extender perdones a diestra y siniestra. La certeza del fracaso debe ser nuestro gas hilarante; la modernización nuestra más potente droga. Ya que no somos responsables, debemos volvernos irresponsables. En un paisaje de creciente expeditividad e impermanencia, el urbanismo ya no es ni tiene que ser la más solemne de nuestras decisiones; el urbanismo se puede aligerar, convertirse en una Gaya Ciencia -Urbanismo light.
¿Qué pasa si simplemente declaramos que no hay crisis- si redefinimos nuestra relación con la ciudad no como sus creadores, si no como simples sujetos, como quienes la apoyan?
Más que nunca, la ciudad es todo lo que tenemos.
"what ever happened to urbanism?" (1994) tomado de S,M,L,XL OMA (con Bruce Mau)
Subscriure's a:
Comentaris del missatge (Atom)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada